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viernes, 30 de marzo de 2018

Comunidad adentro

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A partir del caso Uchuraccay, investigación revela la búsqueda de las comunidades andinas durante el siglo XX, para ser reconocidas por el Estado peruano. Hoy, la presencia estatal ha aumentado considerablemente frente a la ausencia hasta los años ochenta. Pero continúan los retos.
viernes, 30 de marzo de 2018 - 3882 vistas
elperuano.pe.- Acostumbramos mirar la superficie de la efeméride: 26 enero de 1983, en Uchuraccay (Huanta, Ayacucho), los comuneros asesinan a ocho periodistas.
 
El historiador Ponciano del Pino ha publicado En nombre del gobierno. El Perú y Uchuraccay: un siglo de política campesina (2017), basado en un profundo trabajo etnográfico e histórico que le permitió descifrar “el silencio de las comunidades”.
 
“La violencia de los años 80 no se puede entender solo por la coyuntura, mucho más en países como el Perú, con largas trayectorias de brechas y de injusticias estructurales: la gente recuerda no solo los hechos de violencia de los años 80 y 90, sino también las injusticias que las preceden, el tema de la tierra, la relación comunidad-Estado… Son grandes temas que vuelven en estas coyunturas. Por ejemplo, la extractivista o la contaminación ambiental”, dice.
 
Comisión Vargas Llosa
 
Hubo intentos por comprender desde fuera, el quién lo hizo y el porqué. El primero fue el informe de la comisión investigadora dirigida por el novelista Mario Vargas Llosa, a semanas de los hechos.
 
Para Del Pino, este grupo de trabajo no tuvo ni posibilidades ni tiempo para comprender: ni la violencia autoritaria de Sendero Luminoso (SL) ni los fenómenos sociales y políticos en las comunidades. Al contrario, dicho informe alimentó prejuicios sobre las poblaciones altoandinas, señalándolas como “aisladas”, “arcaicas”, “violentas”. Es la imagen que quedó en las mayorías de Uchuraccay.
 
Ausencia determinante
 
“No se comprendió que las comunidades respondían a una lógica propia, en que las decisiones se toman al interior; que hay un peso del pasado político, como el de la alianza e identidad con el Gobierno”. Su libro es otra mirada para comprender este Perú del siglo XX. Muestra cómo las comunidades buscaron el reconocimiento del Estado, el cumplimiento de la ley y sus derechos.
 
Los comuneros confundieron a los ocho periodistas con senderistas, ya que venían de Chacabamba, una zona “activa” con SL. En su lógica y contexto, esos extraños eran terroristas.
 
Construcción del silencio
 
“Desde Lima teníamos una imagen muy distante, más ligada con la acción represiva, no entendíamos lo que era SL. Y la comisión Vargas Llosa responsabilizó a la propia población. Ellos mismos lo reconocían. Entender en las circunstancias qué pasó, no era fácil. Más si se analiza la fuerza de la producción del silencio en las comunidades, es una construcción consciente y activa”.
 
Porque muchas comunidades ayacuchanas hicieron “un esfuerzo consciente” para “silenciar” ante los foráneos (fuerzas del orden, sobre todo) tanto la relación de algunas comunidades y familias con SL, como por los conflictos y la violencia que originó entre miembros de las mismas comunidades, “buscando alinear en la lucha contra Sendero”.
 
Buscar un reconocimiento
 
Opina el investigador que “la historia del siglo XX no solo está marcada por revueltas y rebeliones (en el campo y las comunidades). Al analizar estas relaciones intracomunales, el péndulo se inclina mucho más, por el esfuerzo de ser reconocidos y articularse antes de una actitud confrontacional con el Estado. No solo hay una tradición radical sino también hay múltiples tradiciones que necesitamos entender para entender estas dinámicas complejas que se construyen desde estas comunidades”.
 
Del Pino señala que una limitación que no deja ver las dinámicas de las comunidades es la sobrevaloración a “las mediaciones de los partidos políticos, que tienen sus propias miradas frente al Estado”.
 
“La experiencia de estas poblaciones nos muestra que usan distintos discursos y, a su vez, buscan un reconocimiento de pertenencia a este país. Por eso celebran la independencia con tres días de corridas de toros o en los matrimonios arman torreones que llevan en su cima tres banderas peruanas. Hay una larga tradición de un nacionalismo campesino al que siempre hemos ninguneado como sociedad y Estado”.
 
En este sentido, subraya que las formaciones de los comités de autodefensa no solo respondieron a la necesidad de sobrevivir, sino que también fue “una acción consciente de pertenencia al país lo que les hicieron actuar en circunstancias tan extremas”.
 
¿Quiénes ganaron?
 
Las iglesias evangélicas se movieron mejor en ese contexto de “precariedad”, de desplazados masivos y comunidades arrasadas por SL y las fuerzas del orden. Se convirtieron en “refugio”. “En tiempos de muerte, las iglesias evangélicas daban esa fortaleza ideológica para afrontar situaciones tan extremas”.
 
Por otro lado, el historiador observa distinto el impacto de la presencia del expresidente Alberto Fujimori durante los años noventa en las comunidades afectadas por SL.
 
“Muchas veces, subestimamos a la gente y reducimos nuestro análisis a términos de manipulación o de un populismo burdo, y dejamos de pensar en ‘la dimensión del reconocimiento’: Ciertos gestos tienen efectos duraderos. Los dirigentes mayores recuerdan cuando el candidato Fernando Belaunde visitó Tambo y Huanta en 1962; buscaba democratizar el campo. Y cuando fue presidente, él les convocó a Palacio de Gobierno. Algo parecido ocurrió con la proximidad de Fujimori, quien les provee de armas, recursos e impulsa todo el proceso de retorno y reconstrucción en un contexto de extrema precariedad. Ese vínculo directo es recordado vívidamente”.
 
Reconocimiento y silencio
 
En ese sentido, el académico opina que es necesario aprender de “distintas perspectivas la historia de la violencia que vivió el país entre 1980 y 2000”. Solo así se puede comprender a las comunidades.
 
En nombre del gobierno... es también un pedido para abordar estas páginas recientes de nuestra historia. “No hay manera de dejarlo fuera de nuestra reflexión. Esa experiencia debe servir para construir una cultura mucho más democrática. Porque de la manera menos prevista vuelven actos, hechos o eventos que no podemos solo intentar reprimirlos o negarlos. Movadef es un ejemplo de lo que puede traer consigo este negacionismo frente al pasado que vivimos”, advierte.
 
Por ello, apuesta en que la sociedad y el Estado peruano se esfuercen por incorporar ese pasado en nuestra conciencia histórica de modo reflexivo.
 
“La violencia no fue una experiencia excepcional, sino que marcó nuestro derrotero histórico. El esfuerzo de la sociedad para que reconozca a los ciudadanos en su complejidad”.
 
–¿Hoy en la zona de la provincia de La Mar, en el Vraem, la presencia del Estado es muy significativa?
 
–Si hacemos una comparación entre lo que había en 1980 y lo que hay ahora, por supuesto es notable la presencia del Estado frente a lo que fue antes de la violencia. Hasta fines de los años ochenta, en Tambo no había un médico, solo un pequeño centro de salud; hoy, hay un centro médico. El Estado tiene muchos programas focalizados, que no solo están en las capitales de distrito sino además en las comunidades. En ese sentido, es una presencia significativa y tiene un efecto concreto.
 
Sin embargo, acota: “El gran desafío es dar oportunidades a la gente joven. Llama la atención el gran número de embarazos precoces, bastante generalizados en estas zonas. O que muchos chicos no terminan la secundaria y solo un mínimo porcentaje de los que terminan, aspira a seguir estudios superiores o técnicos. El narcotráfico está aprovechando esa ausencia de mercado laboral”.
 
¿Cómo enseñar este capítulo?
 
¿Cómo enseñar a los escolares sobre esos años de guerra y el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional (2003)? El historiador Ponciano del Pino señala casos interesantes como el de un profesor del colegio Nicolás Copérnico, en San Juan de Lurigancho, quien aborda el tema propiciando la investigación. “Antes que proveerles historias cerradas, debemos darles conceptos para despertar el interés y que sean estos jóvenes con sus preguntas los que vayan investigando, reflexionando y generándose una lectura propia. El vínculo tiene que ser afectivo, porque es una historia donde hay mucho dolor”.
 
De: José Badillo Vila

 

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