SanJuandeLurigancho.com > Columnistas > Oswaldo Carpio

Faltan 24 años para que Lima cumpla cinco siglos de fundación española. Menos de un cuarto de siglo, que en la historia, es un suspiro. En poco tiempo estarán los nuevos limeños festejando en la capital del Virreinato de América del Sur, en la capital de la república del Perú, en la capital cultural de América del Sur durante dos siglos, cinco siglos de fundación española.

 

El Perú – y Lima sufrió esta tensión- estuvo dividido entre hispanistas e indigenistas. Confrontación irreconciliable con claros matices racistas desde ambos lados. Una visión dicotómica que rechaza lo que era evidente: que el mestizaje era la clave para entender el Perú surgido por la conquista. Desde Garcilaso de la Vega, Guamán Poma de Ayala y Túpac Amaru II –casado con una mulata- hacia adelante, el Perú ha sido y es obra de la transculturación, de la relación  -compleja, difícil, ambigua, tensa-  entre las distintos pueblos, las distintas etnias pre-incas, incas, hispanas, afro-peruanas, europeas y asiáticas.

 

Lima fue una ciudad que en el virreinato tuvo más habitantes negros que blancos. Cuando Arguedas describe a Lima en su primer viaje a la capital del Perú, afirmaba que en Lima un indio era un ser extraño, extraño en su propia tierra. Sin embargo, el último cacique de Lima, Taulichusco  -cuyo territorio estaba formado por el actual distrito de San Juan de Lurigancho- gobernó estas que abarcaban el valle de Lurigancho -4 mil hectáreas de tierras además de bosques y ciénagas- que hoy,  prácticamente, han desaparecido.

 

Lima sufrió el encono de indigenistas e hispanistas. Para los primeros Lima era una maldición, era cualquier cosa, menos el Perú. Lima era hispana, una ciudad  -“Lima la horrible”- origen de todos los males. En Lima había criollos, negros, mulatos, zambos, mestizos pero no había indios. Es verdad. Los “indios” de Lurigancho se habían casi extinguido ya sea por las enfermedades traídas por los españoles o por las mitas. Sin embargo, los descendientes de Taulichusco están allí, son una minoría que permanece, que actúa y que es orgullosa de su historia.  La encomienda de Lurigancho incorporó a los negros y allí empezó el mestizaje en Lurigancho. El palenque más antiguo de Lima lo organizó en Huachipa Francisco Congo (Chavelilla o Chavelía), en el camino a Nievería, el pueblo que servía de descanso para trepar las montañas y traer a Lima el imprescindible hielo.

 

Salir de la confrontación, de la división absurda entre hispanistas e indigenistas ha sido un hecho práctico. La utopía arcaica quedó en el papel. Hoy, luego 476 años, Lima es una ciudad mestiza. El mayor ejemplo del mestizaje es San Juan de Lurigancho.

 

El acelerado proceso de urbanización que empezó hace 70 ha transformado la capital del Perú. De las “barriadas” que se empezaron a formar aceleradamente en los años 50 se pasó a los pueblos jóvenes, a los asentamientos humanos, a los “conos” y hoy a Lima Sur, Este, Norte y Centro.

 

San Juan de Lurigancho es el mayor ejemplo del futuro del Perú. Si Jorge Luis Borges decía que “el futuro del hombre es el niño”, hoy podemos decir que “el futuro de Lima es San Juan de Lurigancho”. Si hablamos de Perú profundo solamente hay que dirigirse a este distrito que se aproxima al millón de habitantes para entender lo que se forja en la nueva Lima y en el nuevo Perú.

 

El 75 % de la población peruana está asentada en ciudades. Cincuenta años atrás, la proporción era totalmente distinta. La población era mayoritariamente rural y las ciudades vivía en el orden creado por relaciones sociales pre-modernas en la que predominaba la mentalidad creada por el sistema de hacienda: patriarcal, excluyente, blanco. En este mundo el negro, el mulato, el mestizo, el chino o cualquier otro peruano mestizo, pertenecía a las “razas inferiores”. Desde José Carlos Mariátegui hasta Víctor Andrés Belaúnde, hablaron de “razas inferiores”. Las ciencias sociales y la ciencia política –en su edad de piedra en el Perú- afirmaban la superioridad de la raza “blanca”. Esa idea  -que aún pervive en algunos núcleos urbanos, sociales y políticos paternalistas de “izquierda” y derecha-  está siendo borrada de la faz de Lima por la realidad de los nuevos limeños emergentes.

 

El capitalismo popular, el emprendimiento, la multiplicación de las empresas –familiares, pequeñas, medianas y grandes- desde los distritos populares han ido barriendo las diferencias y las dicotomías.

 

San Juan de Lurigancho es un distrito espectacular. En su territorio, desde los años 70, se asentaron peruanos provenientes de todas las regiones del país. No se trata de cajamarquinos o ancashinos, o huanuqueños o loretanos. En San Juan de Lurigancho están todos los peruanos, desde los que salieron de los barracones del Callao, los que salieron del centro de Lima o de los “callejones” de La Victoria hasta los afro-peruanos del norte y del sur. No hay pueblo que no esté representado en SJL.

 

En este distrito se reproducen todas las fiestas de los pueblos del Perú, dese las fiestas cívicas hasta las patronales. Se cultivan todas las danzas y cantos indígenas y mestizas. Pero, también se canta rock fusión, rock duro, heavy metal, chicha serrana, cumbia andina, cumbia norteña. En SJL se combinan, se entremezclan todas las sangres, todas las fonéticas, todos los acentos, todos los timbres de voz y todas las construcciones gramaticales del quechua hispanizado y el español “quechuizado”.  Todo se mezcla, todo se acepta y todo se integra.

 

En el aniversario de Lima, de San Juan de Lurigancho y en el Centenario del nacimiento de José María Arguedas, es necesario mirar la nueva realidad de SJL, de Lima y del país. Hay una nueva realidad económica y social, la realidad de un mestizaje creciente que se asiente sobre el emprendimiento, la creación de una nueva fuerza capitalista, una nueva economía de mercado. No es casual que en SJL los alcaldes no son estatistas ni tienen reminiscencias mesiánicas, paternalistas señoriales ni populistas.

 

La nueva realidad de SJL y de Lima es la fusión, el mestizaje, la integración, la convivencia democrática de todos los pueblos con una mentalidad dominante: un capitalismo popular que avanza, que crea empresas, que se proyecta al mercado mundial y que quiere universidades, centros educativos de calidad, energía renovable, gas natural para las industrias,  nuevas carreras en las  universidades.

 

El crecimiento económico de los últimos diez años ha creado las condiciones, entonces, para avanzar en la creación de las condiciones para la conformación de una nueva fuerza política dirigente que supere el autoritarismo prebendalista  y patrimonialista, y el populismo señorial paternalista, dando vida a nuevas corrientes políticas que renueven la sociedad, la modernicen y la proyecten al mundo.

 

Si se crean y consolidan nuevas élites democráticas surgidas del emprendimiento de los últimos años, presididos por una moral de emprendedores, Lima del siglo XXI reconocerá sus orígenes sin rechazar nada. Integrará lo mejor de la historia y se proyectará como una ciudad andina, emprendedora, educada, culta, unida a su historia pero con la mirada puesta en el futuro.

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